Continuando con las reflexiones, de vísperas de Pentecostés, presentamos una catequesis de el Papa Juan Pablo II del año 1989, esta reflexiona y explica los siete Dones del Espíritu Santo, hoy presentamos del Don de "SABIDURIA"
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 9 de abril de 1989
Queridísimos
hermanos y hermanas:
1.
Con la perspectiva de la solemnidad de Pentecostés, hacia la que conduce el
período pascual, queremos reflexionar juntos sobre los siete dones del Espíritu
Santo que la Tradición de la Iglesia ha propuesto constantemente basándose
en el famoso texto de Isaías, referido al "Espíritu del Señor" (cf. Is
11, 1-2).
El
primero y mayor de tales dones es la sabiduría, la cual es luz que se
recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso
y sumo, que es propio de Dios. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura:
"Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu
de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en
nada la riqueza" (Sb 7, 7-8).
Esta
sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento
impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad,
por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. Santo
Tomás habla precisamente de "un cierto sabor de Dios" (Summa
Theol. II-II, q.45, a. 2, ad. 1), por lo que el verdadero sabio no es
simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta
y las vive.
2.
Además, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar
las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por
este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo: nadie
mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación,
mirándolos con los mismos ojos de Dios.
Un
ejemplo fascinante de esta percepción superior del "lenguaje de la
creación, lo encontramos en el "Cántico de las criaturas" de San
Francisco de Asís.
3.
Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, sus
aspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por el
soplo del Espíritu, que la impregna con la luz "que viene de lo
Alto", como lo han testificado tantas almas escogidas también en nuestros
tiempos y, yo diría, hoy mismo por Santa Celia Barbieri y por su luminoso
ejemplo de mujer rica en esta sabiduría, aunque era joven de edad.
En todas estas almas se
repiten las "grandes cosas" realizadas en María por el Espíritu.
Ella, a quien la piedad tradicional venera como "Sedes Sapientiae",
le lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
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